viernes, 5 de febrero de 2010

Un día más en esta jaula de locos a la que le llaman Buenos Aires


Ayer un día más en esta jaula de locos a la que le llaman Buenos Aires. El calor era insoportable, hoy lo es aún más.

Felipe vivía al lado del ventilador, en esa pequeña casita en el tejado del edificio. El sol pega todo el día y los techos son tan bajitos que apenas se puede respirar. Algunos de los vecinos se quejan que no hace su laburo mientras él, todas y todas las tardes, menos el domingo que es su día de franco les junta todas sus bolsas de basura que dejan fuera de la puerta, en pleno pasillo.

Después de limpiar toda la ropa que tenía sucia me quedé tomando unos mates y charlando en el tejado. Poco a poco se fue haciendo de noche. Las luces de las ventanas de los edificios contiguos empezaron a prenderse y el ruido de los ventiladores se empezó a hacer latente apaciguado por los autos y los colectivos de la calle.

Como hacía tanto calor se llegaba a escuchar las conversaciones a media voz de los vecinos, los televisores prendidos, las radios,… el cuchicheo no cesaba.

Arriba, en el tejado, se estaba bien, corría un ligero vientecillo. Volvimos a las dos horas y después de haber cenado; Felipe seguía allí. Se había armado una camita entre el espacio de dos departamentos y allí estaba, tomando la luna. –Uno menos- pensaba mientras armaba la cuenta atrás para sus días de vacaciones.

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